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Gertrudis Gómez de Avellaneda

  

 

Nació el 23 de marzo de 1814 en Puerto Príncipe, lo que hoy en día se conoce como Camagüey (Cuba), y falleció el 1 de febrero de 1873. De su vida, cuyas peripecias conocemos a menudo en primera persona gracias a la abundante literatura autobiográfica de la autora de que disponemos, es justo destacar su arrolladora personalidad y su actitud rebelde, que la convierten en una de las mujeres más singulares de la época.

 

Gertrudis Gómez de Avellaneda nació en el seno de una familia rica y acomodada. Era hija de don Manuel Gómez de Avellaneda, comandante español de Marina destinado a Cuba, y de doña Francisca de Arteaga y Betancourt, cubana de buena familia. Con sólo cinco años se quedó huérfana de padre en 1823, poco después de perder a tres de sus cuatro hermanos como consecuencia del mal endémico que reinaba en esa época. Diez meses después, su madre se volvió a casar con don Gaspar de Escalada y López de la Peña, con el que tuvo otros tres hijos. Tula, tal y como conocían a doña Gertrudis en el ámbito familiar, no aceptó del todo a su nuevo padrastro, según aparece en la Autobiografía. Fue su propia familia la que le preparó un matrimonio de conveniencia que ella rechazó en 1830, debido a la atracción que sentía por un joven llamado Loynaz, que acabaría con su íntima amiga, Rosa Carmona. A raíz de todos estos acontecimientos, Gómez de Avellaneda empezó a experimentar un desencanto familiar y social que coincidió con la muerte de su abuelo, su único apoyo al romper su compromiso matrimonial. En esos momentos, Tula decidió apoyar, por primera y última vez, a su padrastro en la pretensión de volver a España, en contra del deseo materno de permanecer en Cuba. El entorno bello y exquisito en el que se desenvolvió durante su juventud, junto con su enseñanza superior, la llevará a interesarse por la literatura tanto francesa como española. De hecho, la educación que recibió bajo el liberalismo cubano provocará que se despierte su sentido más crítico al manifestar la disconformidad con la cultura dominante española y con un sistema social injusto.

 

A los veintidós años, Tula y su familia fijaron su residencia en La Coruña, donde su padrastro tenía algunos parientes. Aunque su estancia no fue del todo fácil, ya que en repetidas ocasiones el sector más conservador de la familia criticó sus aficiones por no considerarlas propias del sexo femenino. Esta crispación con el entorno y la marcha de su hermano Manuel al extranjero la sumieron en un estado de aburrimiento, que sólo fue alterado por la presencia de un joven llamado Francisco Ricafort. Éste le pidió contraer matrimonio aunque fue rechazado por doña Gertrudis al no profesarle un gran afecto. Después de permanecer diez meses en La Coruña, coincidiendo con el regreso de su hermano, ambos se embarcaron para dirigirse hacia el pueblo natal de su padre: Constantina, pasando por otras ciudades como Lisboa, Cádiz y Sevilla. En Constantina, volvió a rechazar a un rico pretendiente, amigo de su tío Felipe Gómez de Avellaneda. A pesar de todo, decidió establecerse en Sevilla, por su entorno cultural y social, donde empezará su carrera como escritora en distintos periódicos y revistas de la ciudad, así como algunos de Cádiz. Su primer estreno fue en junio de 1840 cuando presentó su primera obra teatral titulada Leonica, que recibió una gran acogida por parte del pueblo sevillano. Por aquellas fechas, otro pretendiente, llamado Antonio Méndez Vigo, le ofrecerá matrimonio aunque ella volverá a rechazarlo, así como después hará con Valera. Ahora bien, fue en Sevilla donde conoció a Ignacio Cepeda y Alcalde, joven del que estuvo enamorada gran parte de su vida. Sin embargo, la relación, tal y como demuestran algunas de las cartas de abril de 1840, se fue apagando paulatinamente hasta que Cepeda decidió abandonar Sevilla y, por ende, Tula y su hermano se trasladaron a Madrid a finales de ese mismo año.

 

En Madrid durante este periodo se desarrolló una gran actividad literaria: en 1841 publica Poesías y su primera obra narrativa, Sab. Además, gracias a su amistad con Zorrilla, logró entrar en el Liceo y darse a conocer ante el público madrileño. También recibió el apoyo de otros escritores como Quintana, Alberto Lista, Pastor Díaz y Juan Valera, que le permitieron entrar en sus círculos literarios. De hecho, participó en la revista de Antonio Ferrer del Río, El Laberinto (1843-1845), junto con otros poetas románticos como Gil y Carrasco, Hartzenbusch y Carolina Coronado. En el ámbito teatral, empezará a destacar a raíz de los estrenos de Alfonso Munio (13 de junio 1844), El Príncipe de Viana (el 7 de octubre de 1844) y Egilona (18 de junio de 1846). Aunque donde realmente destacará será en el terreno narrativo, como demuestra la publicación de varias leyendas como La dama de gran tono y La Baronesa de Joux y de varias novelas como Espatolino y Guatimozón, el último emperador de Méjico, novela histórica. Además participó en el único número de La Ilustración de las Damas con un artículo titulado «Capacidad de las mujeres para el gobierno», donde defendía los derechos político-sociales de la mujer. Este periodo reivindicativo coincide con su intento frustrado de entrar en la Real Academia Española. También lo volverá a intentar en 1853 aunque con el mismo resultado, ya que todavía no aceptaban mujeres.

 

En 1844, empezó una relación sentimental con Gabriel García Tassara aunque éste no mostró el mismo interés. Como fruto de esta relación nacerá en abril de 1845 una hija ilegítima: Brenilde (oficialmente María), cuya terrible muerte se producirá el 9 de noviembre de 1845. Gabriel se desentenderá en todo momento hasta tal punto que Brenilde morirá sin conocer a su padre. El 10 de mayo de 1846 Gómez de Avellaneda se casó con el cultivado Pedro Sabater, Jefe Político de Madrid. Don Pedro padecía una enfermedad laríngea en estado avanzado que les llevó a viajar a París en busca de alguna cura. Aunque resultará inútil, ya que después de someterse a una dura operación en Madrid, muere en agosto de ese mismo año en Burdeos. Durante los años posteriores, Tula y Cepeda retomaron su correspondencia hasta 1853, después de que Cepeda confesase sus amores desilusionados sevillanos. En 1854 se casó con María Córdova y Govantes. Gertrudis se sintió abandonada y, como consecuencia, se centró en el ámbito literario y social. En 1849 logró uno de sus mayores éxitos teatrales con Saúl. En 1851 se volvieron a publicar sus Poesías; Dolores. Páginas de una crónica de familia, relato histórico medieval que hace referencia a algunos antepasados de la propia autora; La velada del helecho o El donativo del diablo y La montaña maldita, ambas consideradas como leyendas y que aparecen por primera vez en el Semanario Pintoresco Español. En 1853 empezó una relación por correspondencia con Antonio Romero Ortiz que duró un año. Después de conocerse personalmente la relación se enfrió y Tula volvió a percibir el miedo por el que los hombres se alejaban de ella. Romero, Cepeda y Tassara acabaron siendo amigos de la autora y como tal mantenían una relación por correspondencia habitual.

 

A finales de abril de 1855 Avellaneda contrajo matrimonio con Domingo Verdugo y Massieu, coronel, diputado a Cortes y ayudante del rey consorte Francisco de Asís. En esta época, consiguió aumentar las relaciones sociales de manera considerable y disfrutar de su feliz matrimonio. Entre 1858 y 1859 escribió algunas leyendas, y acabó Los tres amores, estrenó Baltasar, considerada por algunos críticos como su mejor obra dramática. Sin embargo, esta felicidad se vio truncada por un incidente en el que estuvo involucrado su marido Domingo. Éste recibió un estoque en plena calle que le atravesó todo su cuerpo. El agresor fue un hombre llamado Antonio Rivera que fue arrestado y juzgado, aunque posteriormente puesto en libertad debido a la recuperación de Domingo. Los médicos le recomendaron un viaje por los Pirineos y aprovecharon para visitar Bilbao, San Sebastián, Francia (Gavarnie y Panticosa), Barcelona, Valencia y Madrid, donde visitaron a su madre paralítica. Su estancia en Madrid se prolongará hasta el 31 de octubre de 1859, cuando se embarcan hacia Cuba con el propósito de que mejore la salud de Verdugo. Allí Tula recibe la noticia del fallecimiento de su madre, el 5 de diciembre de 1859. En ese momento volvió a potenciar la actividad literaria cubana y las relaciones sociales correspondientes. No solamente recibió homenajes en distintas ciudades, sino que también dirigió la revista El Álbum Cubano y publicó «El aura blanca», uno de sus mejores cuentos; La flor del ángel, El cacique de Tumerqué y El artista barquero o los cuatro cinco de junio, novela autobiográfica. Este feliz periodo se vio interrumpido por la muerte de su marido, el 28 de octubre de 1863, debido a un ataque de apoplejía. Como consecuencia de ello, Tula intentó ingresar en un convento aunque, finalmente, regresó a España en julio de 1864, después de visitar Nueva York. Se instaló en Sevilla, donde pretendía preparar y corregir la versión definitiva de sus obras completas. En esta época, recuperó el contacto con antiguos amigas como Cecilia Böhl de Faber, aunque seguirá viendo cómo sus seres más allegados la van dejando, pues a finales de diciembre de 1868 fallece su hermano Manuel y su hermanastra Pepita. Estos acontecimientos marcaron su existencia y, por todo ello, decidió irse a vivir a Madrid con la viuda de su hermano Manuel, Julia Lajonchère, en 1870. Antes de dejar Sevilla, no obstante, decidió dejar dos ejemplares de su obra completa: uno, en la Biblioteca Colombiana y otro, en la Biblioteca de la Universidad. Una vez en Madrid, se esmeró en cuidar su delicado estado de salud, ya que padecía una diabetes complicada que, desgraciadamente, la precipitó a la muerte el 1 de febrero de 1873, a los cincuenta y nueve años. Así pues, en el número 2 de la calle Ferraz de Madrid finaliza la intensa vida de uno de los modelos románticos más destacados de la literatura hispano-cubana.

 

Desde el punto de vista literario, la vitalidad de la autora está presente en todas y cada una de sus obras. Además, su carácter psicológico requiere, por parte del lector, un conocimiento previo de su persona y obra, pues resulta imprescindible para la correcta comprensión y valoración. Por lo tanto, resulta imposible entender su obra sin recurrir a la peculiar vida de la persona. El resultado es una amplia actividad literaria que supone un panorama relativamente amplio y variado. Así pues, Avellaneda destacó por su pluralidad, al cultivar géneros muy diversos como son la poesía lírica, que en numerosas ocasiones supone el punto de partida de sus novelas y la vitalización de su teatro; el teatro; la novela y la leyenda; la prosa periodística y la prosa epistolar. En todos ellos se observa un mismo denominador común: el examen de la individualidad psicológica. Ahora bien, el núcleo de su obra lo encontramos en la lírica, tal y como demuestra la temprana publicación de Poesías en 1841 que, asimismo, coincide con la publicación de Sab, su novela más destacada.

 

Gómez de Avellaneda participó en la revista El Laberinto, dirigida por Antonio Flores, en enero de 1844 con la publicación por entregas de su novelas Espatolino. En esta misma revista vieron también la luz cuatro de sus poesías publicadas también en ese mismo año. Cercana la publicación de su novela histórica Guatimozín, la revista El Siglo Pintoresco reprodujo entre sus páginas en 1845 un fragmento del capítulo XIII de esta novela.

 

En ese mismo año se inicia su colaboración en la revista Semanario Pintoresco Español entre 1845 y 1851. A lo largo de esos seis años publicó, de forma esporádica, algunas poesías, la novela corta de tema histórico Dolores, crónica histórica de una familia, y dos tradiciones suizas que consignamos a continuación. Cabe destacar que una de estas poesías está firmada bajo el pseudónimo de «Felipe de Escalona», atribuido a Gómez de Avellaneda, según aparece en el catálogo de la revista de José Simón Díaz (1946). Por entonces, en 1850, colaboró, aunque menor medida, en la revista Museo de las Familias con dos poesías.

 

El Museo Universal reprodujo en la «Revista Quincenal» dedicada a la crónica de la ceremonia fúnebre del poeta Manuel José Quintana el 13 de marzo de 1857, la composición poética que para la ocasión escribió la poetisa. Asimismo, la revista semanal El Mundo Pintoresco publicó su oda «Saludo a Cuba» en 1860.

 

Cuentos

 

G. G. de Avellaneda, «La velada del helecho o el donativo del diablo. Novela», Semanario Pintoresco Español, 23 (10 de junio de 1849), pp. 179-181; 24 (17 de junio de 1849), pp. 188-191; 25 (24 de junio de 1849), pp. 198-199; 26 (1 de julio de 1849), pp. 206-208; 27 (8 de julio de 1849), pp. 214-215; 28 (15 de julio de 1849), pp. 220-224.

G. G. de Avellaneda, «La montaña suiza. Tradición suiza»Semanario Pintoresco Español, 23 (8 de junio de 1851), pp. 179-181.

  

Otras colaboraciones

 

G. G. de Avellaneda, «Espatolino», El Laberinto, I, 5 (1 de enero de 1844), pp. 62-63; 6 (16 de enero de 1844), pp. 78-80; 7 (1 de febrero de 1844), pp. 98-91; 8 (16 de febrero de 1844), pp. 101-103; 9 (1 de marzo de 1844), pp. 116-119; 10 (16 de marzo de 1844), pp. 132-134; 12 (16 de abril de 1844), pp. 161-164; 13 (1 de mayo de 1844), pp. 174-176; 14 (15 de mayo de 1844), pp. 188-191; 15 (1 de junio de 1844), pp. 202-203; 16 (15 de junio de 1844), pp. 216-219; 17 (1 de julio de 1844), pp. 227-230; 18 (15 de julio de 1844), pp. 241-242.

G. G. de Avellaneda, «Al Monumento del Dos de Mayo. Soneto», El Laberinto, I, 13 (1 de mayo de 1844), pp. 180-180. [«Mármol que guardas inmortal memoria…»] [G.]

G. G. de Avellaneda, «A S. M. la Reina Doña María Cristina de Borbón», El Laberinto, I, 14 (16 de mayo de 1844), p. 193 [«Si abunda el sentimiento…»]

G. G. de Avellaneda, «Soneto. El recuerdo inoportuno», El Laberinto, I, 15 (1 de junio de 1844), pp. 205 [«¿Serás del alma eterna compañera…»].

G. G. de Avellaneda, «La noche de insomnio y el alba. Fantasía», El Laberinto, I, 19 (1 de agosto de 1844), pp 259. [«Noche…»] [G.]

Felipe de Escalona, «Poesía», Semanario Pintoresco Español, 26 (29 de junio de 1845), pp. 205-206. [«Era la noche: su luctuoso manto...»]

Gertrudis Gómez de Avellaneda, «La clemencia», Semanario Pintoresco Español, 26 (29 de junio de 1845), pp. 206-207. [«Al impulso del numen que me inspira...»]

Gertrudis Gómez de Avellaneda, «Guatimozín», El Siglo Pintoresco, I, 6 (1 de septiembre de 1845), pp. 140-141.

G. G. de Avellaneda de Sabater, «Poesía. El Te Deum. Cántico en acción de gracias», Semanario Pintoresco Español, 33 (15 de agosto de 1847), p. 263. [«A ti, ¡oh Dios!, alabanza...»]

G. G. de Avellaneda de Sabater, «La desposada de Amor o la nueva Psiquis», Semanario Pintoresco Español, 10 (11 de marzo de 1849), pp. 78-79. [«En dobles velos de amaranto y gualda...»]

G. G. de Avellaneda, «La cruz», Semanario Pintoresco Español, 14 (8 de abril de 1849), pp. 112-113. [«¡Canto la Cruz! Que se despierte el mundo!...»]

G. G. de Avellaneda, «Poesía. Al excelentísimo señor don Pedro Sabater», Semanario Pintoresco Español, 52 (30 de diciembre de 1849), pp. 416-417. [«La pintura que hacéis, prueba evidente...»]

G. G. de Avellaneda, «El viajero americano», Semanario Pintoresco Español, 13 (31 de marzo de 1850), p. 104. [«Del Anahuac vastísimo y hermoso...»]

G. G. de Avellaneda, «La Cruz», Museo de las Familias, VIII, 7 (23 de marzo de 1850), pp. 71-72. [«Canto la cruz, ¡qué se despierte el mundo!...»]

G. G. de Avellaneda, «La noche de insomnio y el alba», Museo de las Familias, VIII, 13 (25 de mayo de 1850), pp. 110-111. [«Noche...»]

Gertrudis Gómez de Avellaneda, «Dios y el hombre», Semanario Pintoresco Español, 26 (30 de junio de 1850), pp. 206-208. [«¡Mirad al hombre! Del tupido velo...»]

G. G. de Avellaneda, «Adiós a la lira. Imitación de Lamartine», Semanario Pintoresco Español, 45 (10 de noviembre de 1850), p. 360. [«Hay en el brillante estío...»]

G. G. de Avellaneda, «Dolores», Semanario Pintoresco Español, 1 (5 de enero de 1851), pp. 3-5; 2 (12 de enero de 1851), pp. 12-14; 3 (19 de enero de 1851), pp. 21-23; 4 (26 de enero de 1851), pp. 29-30; 5 (2 de febrero de 1851), pp. 38-39; 6 (9 de febrero de 1851), pp. 45-47; 7 (16 de febrero de 1851); 8 (23 de febrero de 1851), pp. 60-64.

Gertrudis G. de Avellaneda, «Canción. Imitación de Victor Hugo», Semanario Pintoresco Español, 45 (9 de noviembre de 1851), pp. 359-360. [«¡Sale ya la aurora hermosa...»]

Gertrudis Gómez de Avellaneda, en «Revista de la quincena», El Museo Universal, 5 (15 de marzo de 1857), p. 39. [«Cantos de regocijo y de victoria...»]

Goméz de Avellaneda, Gertrudis, «Saludo a Cuba», El Mundo Pintoresco, III, 5 (29 de enero de 1860), p 38. [«¡Perla del mar! ¡Cuba hermosa!...»]

 

 

Bàrbara Bernadàs

Estefanía Puyo

 

Bibliografía consultada

 

Gómez de Avellaneda, G., Obra selecta, ed. Mary Cruz, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1990.

Gómez de Avellaneda, G., Sab, ed. José Servera, Madrid, Cátedra, 2009.

Lazo, Raimundo, Gertrudis Gómez de Avellaneda: la mujer y la poetisa lírica, México, Editorial Porrúa, 1972. 

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