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Antonio Ros de Olano


Antonio Ros de Olano (Caracas, 1808-Madrid, 1886), marqués de Guad-Al-Jelú y Conde de Almina, fue general de los ejércitos de España y político liberal moderado de significada trayectoria durante la segunda mitad del pasado siglo. A lo largo de su vida ocupó numerosos cargos de responsabilidad militar y política, entre los cuales cabe destacar las capitanías generales de las posesiones de África, de Burgos y de Madrid, así como la dirección general de Artillería, de Infantería y de Administración Militar. Fue Presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina y de la Comisión para la reforma y reorganización de Tribunales y Procedimientos militares; Comandante General del Real Sitio de San Ildelfonso durante la permanencia allí de Isabel II y la familia real; diputado a Cortes y senador vitalicio; Ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas en uno de los dieciséis gobiernos —en concreto el gobierno relámpago puritano de Florencio García Goyena (12 de septiembre-4 de octubre de 1847)— que salpicaron la década moderada. Como militar intervino en la primera guerra carlista y en la campaña de África y, como militar y político, tomó parte activa en los movimientos revolucionarios de 1843, 1854 y 1868, que acabaron respectivamente con el progresismo, el moderantismo y la monarquía:  «ha sido, en fin —apuntaba irónicamente Ángel Mª Segovia—, coalicionista en 1843, puritano en 1847, conservador en 1852, arrepentido en 1855, antiesparterista en 1856, unionista en 1858 […] y antidinástico en 1868, amadeísta en 1860 y alfonsino en 1875». Pero esta larga lista de filiaciones y de sonados gestos revolucionarios no deben leerse, sin embargo, como ha señalado con acierto Enric Cassany,  a modo de «un inventario de traiciones», ni tampoco como una renuncia a su ideología liberal, sino como una prueba más del signo intervencionista del estamento militar en la vida política del siglo XIX, como prueba además su larga vinculación parlamentaria como diputado y como senador vitalicio. Ros de Olano responde, con fidelidad, a lo que en clave decimonónica se entendía como «un  hombre del siglo». En  el mismo plano cabe situar su participación en el consejo de administración de la compañía de ferrocarriles Madrid-Zaragoza-Alicante (M.Z.A.) o sus inversiones como accionista de compañías mineras en Murcia. Actuaciones como éstas se inscriben de lleno la deriva de su partido, la Unión Liberal, hacia la tendencia política dominante en la época: «un riguroso pragmatismo —en palabras de Donald Shaw— en el que se iba reemplazando progresivamente el poder de la monarquía y el ideal del Estado católico tradicional unido a ella, por la perspectiva de una naciente plutocracia que creía principalmente en la riqueza y en la expansión económica».

 

Pero más allá de su significativa presencia como militar, político y hombre de negocios, lo que quedará de Antonio Ros de Olano es su impronta inconfundible de escritor, en la que destacó por su heterodoxia. Curtió sus primeras armas literarias al lado de Espronceda, con el que fundaría las efímeras revistas románticas El Siglo y El Pensamiento (1841) y escribiría en colaboración la comedia Ni el tío ni el sobrino (1833). A su pluma debemos asimismo el prólogo de El diablo mundo, obra a él dedicada. Fue poeta, dramaturgo y, sobre todo, narrador de singularidad reconocidísima entre sus contemporáneos. Juan Valera, Pedro Antonio Alarcón, Fernán Caballero, Emilio Castelar y Marcelino Menéndez y Pelayo, entre otros, glosaron de manera entusiasta su obra. Este último dejó escrito en su Historia de la poesía hispanoamericana (1911) que Ros de Olano «rara vez, sobre todo en prosa, decía las mismas cosas que todo el mundo o las decía de la misma manera […]; no se parece a otro escritor alguno de los nuestros, aunque sí a Richter, a Hoffmann y a E. Poe entre los extraños. Su ardiente amor a la naturaleza se trueca en vértigo panteísta; su idealismo, en visión cataléptica; su sensibilidad, en punzante neurosis. En esta literatura dolorosa, pero tentadora, todas las sensaciones se aguzan hasta confinar con el delirio: lo material se evapora; lo ideal se materializa; los contrarios parecen que se requieren amorosamente y que se abrazan para producir creaciones disformes; cree uno ir entendiendo, y de súbito pierde el hilo y vuelve a hundirse en una sima más lóbrega, que improvisamente parece aclararse por el rápido tránsito de algún fantasma luminoso». Estas certeras palabras, que parecen escritas pensando expresamente en sus cuentos fantástico-grotescos «La noche de máscaras» (1840) y «El ánima de mi madre» (1841), y, de manera muy especial, en su extraña novela El doctor Lañuela (1863), cobran todavía mayor radicalidad, si cabe, a la luz de sus dos cuentos estrambóticos «Maese Cornelio Tácito. Origen del apellido de los Palomino de Pan-Corvo» (1868) e «Historia verdadera o cuento estrambótico, que da lo mismo» (1869). En lo estrambótico, o lo que es lo mismo, en lo inusual, raro y extraño reducido al absurdo y a un humor decididamente grotesco, encuentra Ros de Olano el idiolecto narrativo que mejor le define. Dicho humor, o mejor aún, el paradójico consorcio del dolor y de la risa, marca de principio a fin la trayectoria narrativa de nuestro escritor, transitando por un igual por el relato de costumbres —«Carlitos, problema social» (1840), «Un calavera de la clase media» (1841)—, el cuento alegórico-moral («Los niños expósitos», 1841), el relato sentimental —«Libro de memorias de Elisa. Libro de sus lágrimas» (1840), «Celos» (1841)—, el relato autobiográfico y anecdótico —«Lance fantástico. Satisfacción sofística» (1840), «Al tiro de Benito» (1877), «El maestro Malaguilla» (1879) y «Carambola de perros» (1879)— y, fruto de su experiencia castrense, sus Leyendas de África (1860) y Episodios militares (1884). Un ejemplar campo de resonancia de buena parte de dichos registros, filtrados por el peso de la vejez y el estro de la melancolía, lo encontraremos en sus bellísimas memorias «Jornadas de retorno escritas por un aparecido» (1873).

 

Antonio Ros de Olano murió a primera hora de la madrugada del 24 al 25 de julio de 1886 en su casa de la calle de las Torres de Madrid. Pocos días antes de morir, vería impreso el volumen antológico de sus Poesías en la Biblioteca de Autores Castellanos.

 

En El Mundo Pintoresco publicó «Los niños expósitos», cuento que viera la luz por primera vez en la revista romántica El Pensamiento en 1841. En él aborda Ros de Olano la cuestión social de la orfandad —presente de manera reiterada a la largo de su obra poética y narrativa— en clave alegórica y moral. La historia, recreación del relato «Desde lo alto del edificio del mundo. Cristo, muerto, proclama que Dios no existe», de Jean Paul Richter, es pura representación romántica de un tipo de relato en que, siguiendo al escritor alemán, los elementos de ficción góticos se entremezclan con los tópicos literarios del humanitarismo sentimental, tan en boga en 1841, y representaciones referenciales de  carácter metafísico.

 

Cuento

 

Antonio Ros de Olano, «Los niños expósitos», El Mundo Pintoresco, II, 46 (13 de noviembre de 1859), pp. 367-368.

 

Jaume Pont

 


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